Llega el periodo estival, uno se instala en Biarritz, se acomoda en el dolce farniente y se olvida de sus obligaciones. Se olvida de sus queridos lectores, y eso no puede ser.
Cómo aquellos pamploneses que huyen de Pamplona cada seis de julio, el pasado fin de semana me marché de Madrid y me perdí aquella simpática y entrañable romería que es el Orgullo Gay. Hace unos años conocí a un americano que, recién llegado a Madrid con su familia, tuvo la gran idea de comprarse un piso en la plaza de Chueca. Le debió parecer aquello, una soleada mañana de enero, un barrio agradable en el cual salir con sus hijos a comprar el periódico y desayunar en una terraza los domingos por la mañana. Le conocí en una boda y, a eso de las cuatro de la mañana, le ofrecí acercarles a su casa, a él y a su mujer. Era en plena semana del Orgullo. Según nos acercábamos a su querida plaza, esquivando barbudos musculosos ataviados de tutús, la mirada perdida, y tipos fondones disfrazados de moteros con las nalgas al aire, su cara se iba transformando en un rictus de desesperación.
La palabra española “maricón” tiene mucho en común con el término inglés “nigger”. Ambas son insultos repugnantes e humillantes que denigran a personas de otra raza o de una orientación sexual diferente. Sin embargo, ambas han sido adoptadas por sus destinatarios cómo si de una señal de identidad se tratara. Los insultados se han adueñado del insulto para utilizarlo entre ellos a modo de reacción al rechazo del que han sido víctimas por parte de homófobos y racistas. Ahora, ¡cuidado! Solo las pueden utilizar ellos. Cómo a alguien que no pertenezca a su “comunidad” se le ocurra soltar un “maricón” o un “nigger” que se atenga a las consecuencias, sobre todo su es un hombre blanco. El hombre blanco se ve obligado a utilizar las palabras nuevas impuestas por esas comunidades, “gay” o “african american”. Ni siquiera las palabras “homosexual” o “black” valen. Bueno, depende, en Francia sí que vale “black”. No solo vale, es obligatorio porque lo que está prácticamente prohibido utilizar es la palabra “noir”. ¿Cuál es la diferencia? Se preguntarán ustedes. Pues es la magia y la fuerza del lenguaje. Prohibir o imponer unas palabras equivale a prohibir o imponer una ideología. Cuando me imponen el uso de un término lo que en realidad me están imponiendo es una forma de pensar.
Cualquier lucha por la igualdad, la libertad, el respeto y la dignidad es encomiable. Las luchas de Harvey Milk en defensa de los gays (¡ya estamos!) o de Martin Luther King, ambos fueron capaces de entregar sus vidas por las causas que defendían, fueron heroicas y consiguieron mejorar nuestras sociedades. Por eso la lucha de Milk no puede cesar y debe pasar de nuestros países democráticos, en los cuales ya se respetan los derechos y la igualdad de todos, a otros países en los cuales los gays son todavía humillados, encarcelados o incluso ahorcados. Por eso los próximos héroes que continuarán la lucha de Harvey Milk deberán de arriesgar su vida y organizar manifestaciones del Orgullo en Moscú, en Teherán, en La Habana o en Riyad. O incluso en la Gaza de Hamás, que la izquierda apoya con tanto fervor cómo hipocresía. La Barbi tonta tiene dos banderas en su casa, una de Palestina y otra multicolor, pero, curiosamente nunca las saca a pasera al mismo tiempo. ¿Por qué será?
La semana del Orgullo en Madrid ha dejado de tener sentido y se ha convertido en una verbena hortera, vulgar y chabacana y una excusa para ponerse morado de sexo y pastillas. También es una excusa para que políticos hipócritas hagan el paripé de liberales y modernos para tratar de arañar votos. La niña de la curva solo tendrá credibilidad el día que se plante en Qom con una bandera LGTBI. Mientras tanto no será más que una cantamañanas. En la cabalgata del otro día participó un autobús de la UGT. Me pregunto si sería en representación de maricones del metal que, para la ocasión, han cambiado el mono azul por un vestido de La Cenicienta. Los del SOMA ceo que no se han atrevido a desfilar no fuera que sus siglas fueran malinterpretadas.
En cualquier caso, me alegro de que lo pasaran bien y, uniéndome a todos ellos, me atrevo a declarar ¡Qué fiestón, maricón!
El Circo Continúa…
José Luis Vilallonga
@JoseVilallonga